“Mi novio no era aceptado por mis padres porque pensaban que él y su familia no me darían un buen futuro. Me obligaban a dejarlo y a seguir la tradición de que las adolescentes deben casarse para asegurarse un futuro”, confiesa Rosmery Riviera Epiayu. Rosmery, que en confianza prefiere que la llamen Ros, es una chica de 20 años wayuu, la comunidad indígena que habita la compleja región colombiana de La Guajira, en la frontera con Venezuela, el extremo más septentrional de Sudamérica. Los wayuu son el grupo indígena más numeroso de todo el país, con un 48% de la población sólo en la región. “Siendo una niña acomplejada y habiendo comprendido el papel clave de la educación, sabía que podría haberme labrado un buen futuro por mí misma. Así que me escapé de casa. Una niña tiene que decidir qué hacer con su futuro”, explica Ros, refiriéndose a su firme decisión de luchar por sus opciones y no seguir el mismo patrón de su madre y su abuela.
Ros nació en Poromana, una comunidad wayuu a pocos kilómetros de Riohacha, la capital costera de La Guajira, en la carretera hacia Maicao, la otra gran ciudad de la región. Recuerda su infancia con alegre nostalgia. “Formar parte de una comunidad ha sido una de las cosas más bonitas que he vivido, siempre jugábamos con mis hermanos”, continúa el relato Ros, la única niña de la familia, que con entusiasmo entra en detalles sobre algunas experiencias compartidas por muchos niños wayuu. “En La Guajira hay mucha sequía, y recuerdo que cada vez que llovía salía, sentía su frescura y usaba el barro para hacer Wayunkerras (muñecas Wayuu). La lluvia me recuerda la libertad, por eso con mi familia era natural salir a bailar la Yonna (ritual típico wayuu)”.
Todo cambió con la llegada de la pubertad. “Cuando tenía 13 años mi cuerpo se estaba transformando, no tenía ni idea de lo que me estaba pasando. Mi madre me dijo que estaba lista para ser encerrada. Me pusieron en un chinchorro (hamaca) elevado, en una habitación oscura, con la vista sólo hacia el techo. Luego me dieron agua de arroz, chicha (bebida fermentada tradicional colombiana) sin azúcar y comida menos pesada”. Con soltura y una memoria muy clara, Ros explica probablemente el momento de cambio más repentino de su vida. De sus palabras se desprende que se trata de una práctica por la que pasan muchas chicas wayuu.
Ros se refiere al “encierro Wayuu”, una controvertida tradición relacionada con el desarrollo puberal de las niñas. Una tradición que siempre ha existido y que, aunque ha sufrido cambios a lo largo de los años, sigue siendo una práctica que supone preparar a las jóvenes para convertirse en mujeres.
El aislamiento, que puede durar hasta cinco o seis años, tiene dos propósitos principales. El primero es que la niña comprenda plenamente el desarrollo físico y emocional y el papel que tiene como mujer, dada la importancia que las féminas tienen en La Guajira y en la cultura wayuu. El segundo, por otro lado, quiere que la tradición wayuu se conserve plenamente para garantizar que la joven desarrolle una competencia para su futuro. En este caso, la niña ‘encerrada’ entra en armonía con el miembro más sabio y ‘puro’ de la familia, en muchos casos la abuela, con el objetivo de aprender un oficio, como el de tejedora, un arte y garantía de ingresos económicos para la tradición.
“Duré una semana encerrada”, explica Ros, recordando esta rebelde elección suya con admiración, pero también con cierto temor por haber remado contra la tradición.
Para Ros, la educación fue la clave de su emancipación y el motor que le ha permitido vivir hoy con la pareja que ama. Tener a Larius, su hijo deseado que ahora tiene 8 meses, después de haber perdido a su primer bebé, Darius, en 2021, justo después de la muerte de su padre. Ros tiene ahora una visión clara de su vida y sus prioridades: “Ahora mismo me dedico a ser mamá, a estudiar para sacar adelante a mi hijo, educarlo, enseñarle cosas buenas, darle un futuro estable, en el que no tenga que pasar por las cosas que yo pasé”. Llama la atención cómo la educación cambió su mentalidad, continúa “me gustaría seguir estudiando para poder reforzar mis conocimientos, enseñar a otros niños y jóvenes que la educación es fundamental, ya que somos parte del cambio y tenemos que mostrar un buen papel y qué mejor que hacerlo a través del aprendizaje”.
Fundación El Origen, una organización no gubernamental colombiana y estadounidense que inició su mandato en La Guajira, de la mano de una joven originaria de allí, Tania Rosas, para facilitar el acceso a una educación de calidad y a oportunidades de empoderamiento para jóvenes subrepresentados, ha jugado un papel importante en el crecimiento y la consideración de Ros por el aprendizaje. Desde 2018, Ros y muchos otros jóvenes de comunidades wayuu han formado parte de programas de formación y educación a medida implementados por Fundación El Origen.

Impulsado por su tecnología de desarrollo propio, O-lab App, y un esquema personalizado de mentoría digital y presencial, Fundación El Origen brinda a jóvenes vulnerables educación de calidad para construir habilidades STEAM y del siglo XXI necesarias para prosperar en la economía moderna, fomentando el desarrollo sostenible de la comunidad, y favoreciendo la empleabilidad y la realización de proyectos vocacionales. Mediante la asociación con empresas, organizaciones internacionales e instituciones educativas, Fundación El Origen ha estado co-creando una amplia gama de experiencias de aprendizaje digital interactivas, totalmente personalizadas y animadas que llegan a más de 10.000 jóvenes vulnerables. En espacios ecológicamente sostenibles construidos a tal efecto, los participantes han desarrollado proyectos basados en las necesidades de la comunidad. Entre otros, montaron sistemas hidropónicos, paneles solares con recursos locales, toallas sanitarias con material reciclable, negocios de turismo sostenible, mientras estudiaban matemáticas, ciencias, ingeniería y artes. En 2020, Fundación El Origen se hizo global, ampliando su solución en México, Perú, Paraguay, Filipinas, Pakistán, Nigeria y Sudáfrica.
“La fundación ha sido como un hogar, me acogieron y apoyaron económicamente mis estudios. Conocí a personas increíbles capaces de hacerme sacar todo el potencial que hay en mí. Su plataforma, O-lab, ha sido muy útil para descubrir los conocimientos de cada joven, poder realizar sus ideas y demostrar de lo que son capaces”, dice Ros, refiriéndose a cómo los jóvenes pueden aprender y crear su propio proyecto empresarial o profesional guiados por O-lab App. Añade que “me ha servido para reforzar lo que debo aprender y aplicar de las cosas que nos rodean. Estoy segura de que la Organización llegará a muchos más jóvenes que anhelan tener sus ideas y poder llevarlas a cabo”.
Desde este año, el compromiso de Ros con la fundación ha pasado al siguiente nivel. Tras haber formado parte de una empresa de turismo sostenible en Poromana, ahora trabaja como asistente de proyectos. Entre sus responsabilidades, interpreta contenidos del español al wayuu para la plataforma offline O-lab, siendo la aplicación web/móvil adaptable a cualquier idioma del mundo. Esta actividad es de suma importancia para que las actividades educativas en La Guajira sean mucho más inclusivas. Muchos niños y adolescentes Wayuu no saben español y a menudo se ven excluidos de una educación de calidad por este motivo. Fundación El Origen traduce todos los contenidos de sus laboratorios digitales a la lengua indígena local, una lengua mayoritariamente oral, por lo que las clases se subirán a la plataforma a través de audios.
“Me encanta este trabajo, me siento querida, apoyada, tengo gente que está ahí para motivarme a ser mejor en lo que hago, quiero lograr muchas cosas con esta oportunidad que me están dando. Es una oportunidad inmensa no sólo para salir adelante, sino también para reforzar mis conocimientos sobre mi cultura, sobre mi lengua, y permitir que más niñas wayuu se beneficien de unos conocimientos de los que a menudo se ven privadas y que la educación sea una parte fundamental de sus vidas”. Ahora Ros ha podido compaginar un trabajo que le apasiona y le permite la independencia económica con sus estudios de postgrado en etnoeducación.
Ros forma parte de las 500 niñas de La Guajira a las que apoya Fundación El Origen a través de un proyecto patrocinado por la Fundación Obama y Girls Opportunity Alliance. La iniciativa, llamada “Get Her There”, proporcionará a 500 mujeres jóvenes y niñas indígenas y migrantes de La Guajira acceso a una educación de calidad, digital y STEAM, las herramientas y la tutoría personalizada para desarrollar el emprendimiento social y soluciones sostenibles para los problemas de la comunidad. Para este proyecto, Fundación El Origen construirá un centro comunitario ecosostenible en la comunidad de Poromana, donde Ros, como muchas otras niñas, utilizará como espacio seguro y trampolín para desarrollar sus ambiciones y sentar las bases para convertirse en nuevas líderes inspiradoras para las próximas generaciones.
Sin embargo, hay muchas maneras de aumentar los medios, los recursos y el apoyo para mejorar la calidad de la educación de las niñas y los jóvenes de La Guajira, como de las innumerables zonas remotas del Sur Global. Con esto en mente, Fundación El Origen está siempre abierto a nuevas alianzas, estrategias y colaboraciones para romper juntos las barreras del aprendizaje. “Somos el Origen”.